Recordando Mundiales: Sudáfrica 2010

Ya mismo hará una década del día que el fútbol español nos hizo a todos felices. De cuando la Selección nos sacó a la calle para celebrar y no para manifestarnos y lamentarnos. Nos devolvieron con creces el apoyo y la ilusión que siempre hemos tenido en el equipo nacional, borrando de un plumazo todos los sinsabores, los complejos, los palos, las excusas, esa perpetua mala suerte que a la hora de la verdad siempre nos había maltratado. El sueño se hizo realidad en el momento más adecuado, cuando más falta nos hacía. La crisis económica golpeaba demasiado duro, lastrando un país triste y desahuciado. Y la Selección nos recordó durante unos inolvidables días de verano que la vida puede ser maravillosa.

La historia empezó cuatro años antes, durante la aventura española en el Mundial de Alemania. Luis Aragonés cogió al equipo de la pechera, lo zarandeó, le dijo lo buenos que eran, que se lo creyeran. Se abrazó a la lógica, dejando el estilo al servicio del cerebro y los pies de sus 'jugones'. Esos locos bajitos sin ninguna pinta de atletas pero con todo el talento y el fútbol por bandera. La Selección hizo gala de su buen hacer en el juego pero al primer coco que se le presentó, se disolvió como Nesquik en un vaso de leche caliente. Faltó ese gen competitivo, como tantas otras veces. El plan del 'Sabio' era bueno, sólo hacía falta madurarlo. El equipo era muy joven y sólo podía mejorar. Aragonés fue a muerte con su idea dejando heridos en la cuneta como el capitán Raúl. Las dudas y el recelo de la manera de hacer del seleccionador eran metralla constante contra la estabilidad del equipo. Cualquier otro hubiera abandonado la nave. Pero si alguien era capaz de dar un vuelco al equipo nacional tomando decisiones poco ortodoxas y aguantar lo que le echaran ese era Luis, hombre de fútbol de toda la vida y curtido en mil y un banquillos. En esas se presentó la Selección a la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008. El resto es historia. España llegó, vio, venció y convenció con un fútbol primoroso como hacía tiempo que no se veía. Luis Aragonés calló todas las bocas del país, se ganó la reverencia de todos y se marchó a casa más ancho que Pancho dejando a la Selección Española en lo más alto. España era campeona de Europa por segunda vez en su historia y había evaporado todos sus complejos. Pero el Mundial, la gran cita, era otra cosa.

Sudáfrica acogía el Campeonato Mundial de Fútbol en el continente africano por primera vez. Un pueblo hambriento de oportunidades y esperanza se dejó la piel para demostrar al mundo de qué eran capaces para que la organización fuese un éxito. Y lo fue. Shakira animó con su mítico Waka-Waka. Las gradas se llenaron de color, pasión y de las incómodas vuvuzelas, esa especie de trompetilla de sonido infernal que mas que animar, molestaba. Adidas se pasó de frenada desconcertando al personal con su innovador nuevo balón para la ocasión, el Jabulani (así llamaron al esférico) fue denostado desde el principio por su inverosímil efecto. A todo esto, las favoritas, las de siempre más España (esta vez de verdad).



Cuando el dichoso Jabulani comenzó a rodar, al fútbol se le echó de menos. Desde el principio se vieron selecciones temerosas, sin intención de proponer y mucho menos de divertir. Italia y Francia, las últimas finalistas, fueron las merecidas primeras víctimas de su propia desidia. La actual campeona jugó como siempre pero se fue a casa como nunca, pronto y merecidamente. Lo de Francia fue un despropósito de principio a fin. Incluso hasta antes de llegar, ya que nunca debió hacerlo, por la clamorosa ayuda arbitral recibida en su repesca frente a Irlanda. Ya en Sudáfrica, hicieron su particular Revolución Francesa pero en el peor sentido. Fue un absoluto caos: fuertes insultos de Anelka al seleccionador, inmediata expulsión del jugador de la concentración, desplantes y negativas a jugar de los compañeros como protesta, clanes raciales enfrentados en el vestuario.. en fin, un sindiós. Las demás grandes sí pasaron de ronda aunque sin pena ni gloria. Un Brasil dónde las estrellas eran Kaká y Robinho (risas) no daba para mucho, la verdad. Argentina era lo contrario: un puñado de buenos futbolistas pero sin idea de equipo alguna, pese al desesperado intento de aglutinar algo, lo que fuera, poniendo al símbolo Maradona como entrenador (más risas). Holanda era la Orange más agria que se recordaba. Nada que ver con la Naranja Mecánica, inventora del fútbol total en los 70 ni de sus sucedáneos de finales de los 80 y los 90. En las antípodas de todo esto estaban Alemania y España, las únicas selecciones con galones que podían y querían jugar, construir, ser valientes y protagonistas. Eso no les negó sufrimiento para pasar la primera fase puesto que las dos besaron la lona en sus respectivos grupos. Del Bosque sustituyó al Sabio tocando lo justo para mejorar, introduciendo tres puntales en el once para ganar mayor solidez y ser mucho más fuertes todavía (Piqué en el eje de la defensa y Xabi Alonso y Busquets como escuderos de lujo de los 'bajitos'). La 'Roja' (sobrenombre chusco que impuso la prensa de la época a la Selección) se despeñó en el estreno ante Suiza. Derrota inmerecida, pero derrota al fin y al cabo que dejaba por lo suelos las ilusiones y esperanzas depositadas en el equipo. Vamos, lo de siempre. La eterna duda sobre si el envite le quedaba demasiado grande se cernía sobre una Selección que quedó bastante tocada pero que debía reponerse porque dependía de ella misma para pasar a Octavos. Lo consiguió, sin alardes y con lo puesto. Pero ganó a Honduras y Chile y se clasificó como primera de grupo. Misión cumplida.

En Octavos los árbitros fueron tristes protagonistas en dos partidos diferentes. A Inglaterra le birlaron un gol que entró un metro cuando era el 2 a 2 ante Alemania porque el árbitro no lo vio. Después los alemanes sacaron el rodillo, por si acaso, para el 4-1 final. A Argentina le dieron por bueno el primero gol de su partido en clarísimo fuera de juego cuando peor lo estaban pasando contra México (3-1). Al Brasil de 'entreguerras' todavía le dio para golear a Chile (3-0). Y España volvió a ser España el día más indicado y sólo se le quedó corto el resultado porque no dio ninguna opción a la Portugal de un impotente Cristiano Ronaldo (1-0). Villa en triangulación fantástica con Xavi e Iniesta hizo justícia.

En Cuartos de final la emoción volvió a sustituir al buen juego menos en un partido. Alemania dio un recital y humilló a la Argentina de un inoperante Messi (4-0). Holanda remontó un partido que Brasil parecía que tenía controlado (2-1). Ghana estuvo a centímetros de convertirse en el primer país africano semifinalista de la historia (meta todavía hoy inalcanzable). En el último segundo de la prórroga desperdició un penalti y luego en la tanda Uruguay no desaprovechó el regalo ante el desánimo africano. Y España se encontraba en el día que debía cambiar su historia, en los cuartos de final del Mundial. Esa barrera maldita e imposible dónde siempre se estampó de todas las maneras imaginables. Pero ese era el día. Había equipo. Había fe. Habían ganas de vencer por fin al destino. Hasta el rival parecía propicio: Paraguay. Nada más lejos de la realidad. Fue el partido más difícil del campeonato. Los sudamericanos plantearon un encuentro incómodo, trabado, muy físico, 'cortocircuitando' el sistema de juego de los nuestros. España quería pero no podía. La responsabilidad del momento pesaba demasiado. Tuvo que aparecer Casillas para detener un penalti en la segunda parte que hubiera significado el fin. Fue el punto de inflexión necesario para cambiar el partido. Xabi Alonso tampoco acertó poco después desde los once metros. La Selección seguía picando piedra hasta que a siete minutos del final, Pedro estrella el balón en el palo en ocasión clamorosa. Por suerte, el audaz Villa (quién sino) recoge el rechace y vuelve a estrellar el balón al poste que rebota en el otro poste para acabar traspasando la línea. Suspense. Taquicardia. Gloria. España derrumbaba, al fin, el muro de tantas lamentaciones en el partido más dificil, en el día más importante.

En Semifinales nos deparaba la final anticipada, pero antes Uruguay (que hacía 40 años que no llegaba a la penúltima ronda) y Holanda decidieron el primer finalista. Se impuso la Orange por el talento de sus figuras y mayor pegada en un encuentro con más goles que emoción y fútbol (3-2).
Al día siguiente, España contra Alemania, los dos mejores equipos del campeonato. Los alemanes venían de sendas exhibiciones frente a potencias en las rondas anteriores con un fútbol de altos vuelos. Pero España estaba, otra vez, ante su momento. Además la Selección estaba entera y con confianza, pues ya había derrotado a Alemania dos años antes en la final de la Eurocopa. Los españoles fueron siempre un paso por delante todo el partido. Alemania reculó desde el principio ante el respeto que le infundía España. La Selección hizo su partido, fue superior pero no se impuso hasta que el eterno Puyol se elevó hasta la estratosfera africana conectando un cabezazo imparable que nos mandaba directamente a la finalísima del Mundial y al extásis.

11 de Julio de 2010. La fecha que todos tenemos guardada, donde todos nos acordamos qué hicimos aquél imborrable domingo, en qué sitio y con quién vimos el partido más importante de la historia de España. Enfrente estaba Holanda, en la que era su tercera final mundialista. Perdió las finales del 74 y del 78 frente a los anfitriones pero fueron pioneros de un estilo, de una idea futbolística de la cuál España era digna heredera. Nunca a un perdedor se le reconoció tanto. La Holanda que se iba a encontrar la Selección nada tenía que ver con la de sus antepasados, a pesar de tener muy buenos futbolistas. Era un equipo agrio, tosco, demasiado mecanizado que casi ni permitía media virgería a ninguno de sus cracks, porque los tenía: Robben, Sneijder, Van Persie, Kuyt, Van der Vaart.. Pero ni se les pasó por la cabeza canalizar todo ese talento por el buen camino. No lo habían hecho en todo el campeonato, no lo iban a hacer el último día y contra el mejor equipo. Jamás se plantearon ir a por el partido y mucho menos jugar de tú a tú a España, que formó el equipo titular por todos conocido: Casillas, Sergio Ramos, Capdevila, Piqué, Puyol, Busquets, Xabi Alonso, Xavi, Iniesta, Villa y Pedro (quién irrumpió con su entusiasmo adelantando por la derecha a Fernando Torres, haciéndose un hueco el día decisivo). La Selección fue fiel a sí misma y desde el principio quiso jugar a lo que sabía pero Holanda no se lo iba a permitir. España proponía, Holanda destruía. España sobaba el balón, Holanda marcaba los tobillos. España quería y Holanda no. Sólo la bochornosa permisividad del árbitro inglés Webb permitió a los holandeses llegar con once jugadores al descanso, tras la inefable patada voladora de De Jong que por poco le revienta el pecho a Xabi Alonso y que inexplicablemente sólo valió una tarjeta amarilla. En la segunda parte, más de lo mismo. Holanda tenía licencia para pegar y España, distraída ya con tanta camorra no pudo hilvanar su fútbol. Hasta tuvo que aparecer otra vez 'El Santo' Casillas para obrar el milagro y rechazar 'in extremis' con el pie una venenosa escapada de Robben. El 'cerocerismo' era inamovible y en la prórroga nada iba a cambiar. En los últimos minutos del partido los equipos habían echado ya el resto, agotando las sustituciones y hasta el árbitro se dignó al menos a expulsar a un jugador holandés, nueve tarjetas después. Cuando se vislumbraba ya la fatídica tanda de penaltis, a sólo cuatro minutos del final, la Selección trenzó una jugada larguísima, Torres intentó un centro ante el desmarque de Iniesta que consigue rechazar la defensa tulipán y el balón cae a pies de Cesc que, ahora sí, filtra el pase definitivo para que Don Andrés empalara el balón con la fuerza de los 46 millones de españoles juntos. Iniestaaaaaa de mi vidaaaaaaaaaa. Los tres minutos restantes fueron los más largos de nuestra vida pero ya nada iba a cambiar. España venció al orco, a su destino y a la historia. Entraba directamente en el Olimpo de dónde ya nunca saldría. Jamás un Mundial fue tan merecido para el ganador. La Selección fue favorita desde el principio y no se apartó ni un milímetro de su hoja de ruta, ni siquiera cuando le entraron las dudas tras la primera derrota. Fue un equipo con mayúsculas, dónde cada uno tenía claro su labor por el bien común. Sus rivales fueron cayendo uno a uno como fichas de dominó ante la superioridad española. España fue justo vencedor y Casillas alzó al cielo de Johannesburgo el trofeo prohibido. Ya todo daba igual, habíamos vivido lo que nunca hubiéramos ni imaginado. España Campeona del Mundo. Con letras de oro. Y la estrella escoltando al escudo en el pecho, cerquita del alma.













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