Diego Maradona

22 de junio de 1986. Estadio Azteca de México bajo un sol abrasador ante más de cien mil almas y con los ojos del mundo pegados al televisor, Inglaterra y Argentina disputan los Cuartos de final del Mundial. Para muchos, más que un simple partido por los tintes bélicos que había adquirido, sobretodo por parte del bando argentino -cuatro años antes, los mismos países se enzarzaron en la Guerra de las Malvinas, un conflicto político que los ingleses liquidaron por la vía rápida, humillando todavía más a una pobre Argentina en plena dictadura militar-.
Corría el minuto 55 de un partido disputado de poder a poder cuando Maradona, el mejor futbolista del momento, recibe el balón en campo propio.. "La va a tocar Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Goooool.. Goooool.. ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golazoooooo! ¡Diegooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme.. Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos.. Barrilete cósmico.. ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2- Inglaterra 0. Diegol! Diegol! Diego Armando Maradona... Gracias Dios por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2- Inglaterra 0".

Una imagen vale más que mil palabras, excepto en este relato que el periodista Víctor Hugo Morales inmortalizó en directo en la radio argentina y que consiguió que jugada y narración fueran una sola, plasmando así la jugada más memorable de la historia del fútbol. Una carrera imparable hacia la eternidad que catapultó a Diego de inmediato al Olimpo del fútbol. El gol soñado por todo niño en el mejor escenario posible. Una obra maestra perfecta. Era el 2 a 0 que dejó groggy al equipo inglés ya que sólo tres minutos antes, el propio Maradona había despejado el camino. Una jugada mal rechazada por la defensa inglesa deja el balón en el aire y el astro argentino, en salto prodigioso, se adelanta al portero Shilton y manda, mansamente, la pelota al fondo de la red -algo incomprensible, ya que el guardameta inglés mide 20 centímetros más y además puede utilizar los guantes- celebrando encantado un tanto que jamás debió subir al marcador, ante la incrédula mirada del equipo británico. Maradona sacó a pasear su mano izquierda para adelantar a los suyos y, de paso, abofetear el orgullo inglés, marcando un gol tramposo que el mismo Maradona se encargó de bautizar al final del partido como "la mano de Dios", aludiendo a la mismísima ayuda divina. Estas dos jugadas antagónicas e irrepetibles en un marco incomparable y ante el rival más odiado, convirtieron a Diego Armando Maradona en líder, salvador y absoluto redentor de todos los males y miserias de una patria argentina necesitada de héroes, que lo elevó a la categoría de Dios, su Dios, y que ya jamás dejarían de adorarle, pues les devolvió la fe, el orgullo y la alegría tras crear los dos momentos más famosos de la historia del fútbol, con sólo cuatro minutos de diferencia que sirvieron -sin él saberlo- de perfecto ejemplo de lo que sería su carrera deportiva y también su vida. La jugada más bella y la mano más grosera. Ángel y demonio. Talento y picardía. Invento y bazofia. Luz y penumbra. Genio y divo. Persona y mito. Diego y Maradona.

La dimensión del '10' no se entiende sin conocer todas sus etapas y facetas. Es una persona hecha a sí misma, que nadie, nunca, le regaló nada. Que sabía de donde venía, lo que quería y como conseguirlo. Humilde, afable y familiar en sus inicios. Ése era el Diego. El genuino. Y, poco a poco, tuvo que inventarse a Maradona, el personaje. Carismático, osado, controvertido, vanidoso, polémico. Fue un proceso natural y casi necesario para hacer frente a toda la presión, dinero, fama y poder que el genio fue adquiriendo a medida que su fútbol crecía y crecía, y que un chico como Diego jamás podría haber soportado. No es Doctor Jekyll y Mister Hyde, sino la metamorfosis de un muchacho sencillo con un don inigualable que se convirtió en un verdadero icono de la cultura popular de finales del siglo XX. Y esta es su historia. De Diego a Maradona.

En la década de los 70 en Villa Fiorito -un suburbio de tantos alrededor de la gran Buenos Aires- un chiquito con pelo frondoso, miembro de familia humilde y numerosa llamaba la atención haciendo malabarismos con pelotas de trapo en escabrosos descampados. Pronto su talento innato llamó la atención por la zona y entró a formar parte de Cebollitas, equipo de las categorías inferiores de Argentinos Júniors. Allí, en campos reglamentarios con balones de cuero, las portentosas habilidades del imberbe Diego le sobraron para adelantarse a su tiempo y debutar con sólo 16 años en la Primera División argentina. Futbolista menudo pero robusto -con un tren inferior muy poderoso-, habilidad, regate, cambio de ritmo, con una visión de juego única y una zurda mágica de técnica infinita. Esas son las grandes características que hicieron grande a Diego y que exhibió desde siempre. Enseguida se convirtió en el jugador de moda, los patrocinadores se lo rifaban y con su primer contrato profesional sacó a toda su familia de las chabolas donde se crió para comprarles una casa -a escasos 10 minutos del estadio donde deslumbraba cada domingo con la colorada zamarra de Argentinos Júniors- tal y como les había prometido. Con una ascensión meteórica, debutó con la Selección absoluta de Argentina de preparación para el Mundial del 78 que jugaba en casa, y todo el mundo daba por hecho que el nuevo pibe de oro no se lo perdería. Pero Menotti lo dejó fuera en el último momento, aludiendo que era demasiada responsabilidad para un joven de solo 17 años. Maradona nunca se lo perdonaría, ya que Argentina campeonó sin él.
Sí confió Menotti un año después en Diego, otorgándole el brazalete de capitán, para el primer Mundial juvenil en Japón y éste le correspondió siendo el mejor jugador, máximo goleador y campeón de un torneo que se le quedó demasiado pequeño. Porque Diego estaba ya para cotas más altas. Le llovían las ofertas y quiso dar el gran salto al fútbol europeo pero la dictadura militar argentina lo impidió ya que no podía permitir que el joven ídolo se marchara lejos para seguir creciendo -mala propaganda y peor ejemplo-. Diego fichó entonces por Boca Júniors para, al menos, poder optar a títulos. Y el '10' siguió hechizando con su fútbol en una 'Bombonera' que se derretía, fascinada, durante el año que pasó allí.

Su progresión era imparable y a principios de 1982 el Barcelona se adelantó a todos y consiguió al futbolista más deseado con el fichaje récord de la época. Pero antes, Menotti le dio los galones -que cuatro años antes le había negado- para ser el estandarte argentino en el Mundial'82 que se disputaba, precisamente, en la que sería su nueva casa. La Selección Argentina defendía corona en España y fracasó. Y Maradona más, que encima acabó expulsado por una fea plancha al brasileño Batista cuando Argentina agonizaba y dejaba por primera vez su imagen en entredicho con su impotente escena final.

En Barcelona las expectativas seguían por todo lo alto con su nueva estrella, pese al pobre Mundial. Diego comenzaba una nueva vida, lejos de su familia, que le iba a cambiar para siempre. El joven crack llegaba a un club en permanente estado de agitación -eso parece que no ha cambiado- con unas urgencias históricas y un victimismo perpetuo. El Barcelona de entonces era la 'Ley de Murphy' en sí mismo ya que si algo podía salir mal, efectivamente, salía peor. Y con Diego no sería una excepción.
En su accidentada y corta estancia en Barcelona, eso sí, tuvo tiempo de todo. Desde descubrir, experimentar, gozar y exprimir la peligrosa noche barcelonesa de la época con su inseparable clan argentino hasta protagonizar un anuncio de televisión contra las drogas, junto a su compañero Julio Alberto -otro qué tal- en un claro ejemplo de publicidad engañosa. Su primer año estuvo marcado por una 'sospechosa' hepatitis que le tuvo de baja cuatro meses. Aunque llegó a tiempo para ganar sus dos únicos títulos de azulgrana, al final de aquella temporada. La Copa del Rey y la -extinta- Copa de la Liga. Las dos contra el Madrid. Además, inventando un gol inolvidable en el Bernabéu cuando en una cavalcada prodigiosa, dribla al portero Agustín, se queda escorado y con la portería vacía espera a que el central San José -que venía como un tranvía-, tras recortarle, se pase de frenada y estampe sus partes nobles en la cepa del poste. Puro Maradona.

Al principio de la segunda temporada, Goikoetxea -rudo central del Athletic de Bilbao con cara de boxeador- cazó a Diego en una jugada aislada en el centro del campo e hizo añicos el tobillo del argentino y las ilusiones de todo el barcelonismo. Se temió lo peor cuando se lo llevaron en camilla, semiinconsciente, en lo que se consideró un crimen deportivo. El carnicero vasco continuó jugando al ver sólo amarilla. Era otro fútbol. Otra época. El crack argentino se pasó otros cuatro meses de baja y Diego empezaba a convertirse en Maradona. Cambios de humor, de carácter y de valores para asimilar tanto infortunio que intentaba paliar en la lujuria de la noche, siempre con el aliño de la adicción al acecho. Una desenfrenada vida privada que ya ni el club quería ocultar -como hizo el primer año-. El '10' se recuperó a tiempo para disputar la final de Copa frente al Athletic y clamar venganza contra su enemigo público número uno, el tipo que le partió el tobillo meses atrás. Por lo deportivo o por lo criminal. Y como por lo deportivo no pudo ser, porque los vascos ganaron por la mínima, pues sería por lo criminal cuando al acabar el partido, Maradona protagonizó una batalla campal con jugadores de los dos equipos intercambiando patadas voladoras, empujones y estocadas por la espalda -en lo que parecía mas el ensayo de una coreografía de una peli chunga de Jackie Chan que un partido de fútbol-, dejando así una de las escenas más grotescas y lamentables de la historia del fútbol español.
Maradona terminó revuelto y con la camiseta rasgada y el Barça, compuesto y sin crack ya que después de aquello, ni club ni jugador quisieron saber nada el uno del otro, separando así sus caminos.

El Nápoles, un equipo muy segundón de Italia, que se acababa de salvar por un punto de bajar a Segunda, se interesó en Diego y éste, increíblemente, aceptó. El '10' probaba suerte en el calcio italiano, una pasarela donde desfilaban los mejores jugadores en el campeonato más potente y difícil del mundo. El (todavía) mejor futbolista del planeta aterrizó en Nápoles -una de las ciudades más pobres del sur de Europa, apestada y maltratada por el resto de italianos y azotada por el paro, la delincuencia y el narcotráfico- y revolucionó la ciudad. Ya el día de su presentación, los napolitanos abarrotaron el estadio San Paolo para ver a su nuevo ídolo, aunque fuera con ropa de calle. Y el presidente Ferlaino abroncó y vetó a varios periodistas que cuestionaban si la camorra -la mítica mafia napolitana, auténtica dueña de la ciudad- estaba detrás del milagro de traer a Maradona.
El argentino se arriesgó llegando a un club modesto, con poca historia y sin grandes aspiraciones pero con toda una ciudad detrás apretando deseosa de desafiar a las ricas y altivas escuadras del norte. Maradona escogió un pergamino en blanco y escribir él mismo su historia.

El principio no fue nada fácil. Diego pidió a la directiva una casa y un Ferrari y se tuvo que conformar con un apartamento y un Fiat en la puerta. El equipo tampoco acompañaba y el primer año terminó en mitad de la tabla, muy lejos de la cabeza y las aspiraciones del argentino. Pero Diego era feliz. Tenía a toda la ciudad rendida a sus pies, que le agasajaba como si de su majestad se tratara. Porque lo era. Maradona era el Rey de Nápoles. Los había elegido para devolverles amor propio, señalándolos en el mapa imaginario de los sueños. Nápoles soñaba despierta con Maradona. Y viceversa. En la segunda temporada, con el crack ya adaptado al exigente calcio, el equipo compitió y quedó en una meritoria tercera posición, desafiando el orden establecido. Para entonces, Maradona ya tenía el casoplón, el Ferrari y todo lo que quisiera. Y si faltaba algo, sus colegas de la camorra se lo facilitaban. Desde su llegada, el argentino siempre mantuvo una estrecha relación con los capos ya que tenían intereses mutuos. El crack se dejaba ver con ellos por cualquier rincón de la ciudad y así les blanqueaba su imagen y éstos le suministraban lo que Maradona pidiera. Así, Maradona iba acorralando a Diego, que poco a poco se esfumaba.


En el horizonte asomaba el Mundial de México'86 donde la Selección Argentina se presentaba sin demasiadas pretensiones pero con su capitán en el momento cumbre de su carrera. El '10' convenció con sus ganas, ímpetu y fútbol a los compañeros de que algo bueno podían sacar de aquél campeonato. Y el equipo de Bilardo empezó a creer aupado en un imperial Maradona, que los llevó a todos en volandas hasta conquistar el dorado cielo mexicano. Las exhibiciones del capitán argentino frente a Inglaterra, en Cuartos, y Bélgica, en Semifinales, son legendarias. La superioridad mostrada frente a todos sus rivales fue tan apabullante que aún hoy se escucha eso de que "Maradona ganó él solo aquél Mundial". No fue así. Pero casi. Diego firmó en México la actuación personal más impresionante que se ha visto jamás en un Mundial. Fue, simplemente, inalcanzable para el resto. Y Maradona, que ya era monarca en Nápoles, se coronó rey del fútbol mundial, sin ningún tipo de duda y con todos los honores.

El astro argentino se empeñó también en dejar su huella imborrable en Italia y consiguió derrotar, sucesivamente, a la Juve de Platini, al Milán de Sacchi y al Inter de los alemanes. Casi nada.
Entre el Mundial'86 y el Mundial'90, Maradona vivió su época dorada y ganó con su Napoli dos Scudettos, una Copa de Italia y una Copa de la UEFA. Irrepetible. El '10' era, simplemente, el mejor y lo demostraba cada partido. Su fama era planetaria y su nombre tan conocido como Magic Johnson, Rambo o Michel Jackson, otros iconos de la época. Pero llevaba una vida personal tan desbocada que ni las inventadas del 'Sálvame Deluxe'. En su casa tenía a su mujer y sus hijas pero fuera lo tenía todo. Fiestas más largas que una boda gitana, farlopa infinita para su creciente adicción y hasta la aparición de un hijo no reconocido fruto de una de tantas infidelidades. El personaje había acabado, definitivamente, con la persona para convertirse en mito. Maradona lo acaparaba todo y de Diego, nunca mas se supo.

La temporada anterior al Mundial de Italia'90, el astro argentino, hastiado de su descarriada y asfixiante vida napolitana -donde no podía dar ni dos pasos en la calle sin que la ciudad se le echara encima-, pidió a Ferlaino que lo traspasara, para dar por zanjada su etapa en el sur de Italia y poner así tierra de por medio. Pero el presidente ni lo escuchó y Maradona, que les estaba dando sus mejores días de futbolista para conseguir lo que nunca antes habían siquiera imaginado, se sintió traicionado. El '10' no tenía las llaves de esa jaula de oro donde, sin saberlo, se había ido acorralando él mismo. Eso no quitó que un Maradona insaciable les regalara otra temporada memorable, ganando el segundo Scudetto.

El mejor futbolista del mundo defendía su trono en el Mundial de Italia pese a llegar lastrado físicamente, con tomates en lugar de tobillos por los años amortiguando millones de patadas rivales que aminoraban esa punta de velocidad para cambiar de ritmo que lo hacían imparable. Pero ese Maradona mermado aún era el segundo mejor jugador del planeta, solo por detrás del Maradona en plenitud. La Selección Argentina no estuvo cómoda en ningún momento del campeonato, no lo pasó bien y se sostuvo gracias a algún chispazo aislado de su capitán y sobretodo, por la portentosa actuación del parapenaltis Goycochea, ese héroe por accidente. Con eso le bastó para plantarse en Semifinales, donde esperaba la anfitriona e imbatida Italia. Y el destino, caprichoso, quiso que fuera en San Paolo, templo de Maradona. El '10' aprovechó la ocasión para hurgar una vieja herida y dividir a todo un país. Maradona pidió a los napolitanos que lo animaran a él y no a esos italianos que tanto los repudiaban porque él sí los quería y hacía felices cada domingo con la celeste de su Napoli. Y se quedó tan ancho. Evidentemente, tal desafío tendría consecuencias. Además Italia cayó en los penaltis por lo que en toda la bota brotaba la furia hacia Maradona. Y en la final frente a Alemania, la mayoritaria afición italiana despreció y abucheó el himno argentino ante lo que Maradona no se cortó en devolverles ese asco mutuo, insultándoles en el mismo césped. " Hijos de puta, hijos de puta". El partido fue un peñazo, como casi todo el Mundial, donde Alemania dio de su propia medicina a los argentinos, venciéndoles muy al final con un dudoso penalti que, esta vez, ni el milagroso Goycochea pudo evitar. Maradona terminó llorando de rabia e impotencia y sabiendo que, para él, ya nada sería igual en Italia.

Y no lo fue. A su vuelta a Nápoles, los ánimos seguían muy caldeados y el argentino estaba en el punto de mira de todos los italianos. Tampoco ayudó la ausente, apática y desganada actitud del '10'. La típica cuando alguien está en un sitio donde no quiere estar y tampoco quieren que esté. Todo lo que tocaba Maradona, lo que antes era oro ahora estaba podrido. Ya ni la camorra se lo llevaba de farra. Pero Maradona siguió haciendo de las suyas. Y al final, sucedió lo inevitable. Tras un partido de Liga frente al Bari, Diego Armando Maradona dio positivo por cocaína en un control antidoping. Él dice que lo estaban esperando y que fue una vendetta por lo del Mundial. El caso es que el crack hacía ya demasiado que jugaba con fuego y, al final, acabó abrasado. El argentino, Rey de Nápoles, que llegó, vio, venció, convenció y deleitó, era historia.

La FIFA lo suspendió quince meses y el argentino, alejado de los terrenos de juego, no dejó de protagonizar escándalos. La devastación del '10' fue tal, que todos creyeron que su carrera estaba acabada. Pero regresó y cuando pudo volver a jugar, eligió el Sevilla por la insistencia de su entrenador y amigo Bilardo. El crack, en evidente baja forma, sólo dejó pinceladas de lo que había sido, en una temporada extraña que acabó -como todo lo que acababa con Maradona entonces- en bronca con Bilardo, desde aquello su ex-amigo. Pero nadie les quitará nunca a los sevillistas que en el mágico 92, tras la Expo, el mejor vistió sus colores.

Maradona volvió a su país para jugar, fugazmente, en Newell's cuando la Selección Argentina le pidió auxilio. Después del Mundial de Italia, el '10' apenas había disputado un par de partidos en tres años con la albiceleste, período en el que Argentina ganó sus tres últimos trofeos hasta la fecha. Pero la clasificación para el Mundial de Estados Unidos se complicó y en el partido decisivo en el Monumental de Buenos Aires, Argentina sufrió la peor humillación de su historia cuando una sensacional Colombia la aniquiló (0 a 5). Todavía quedaba la última bala de la repesca para decidir la última plaza mundialista y Maradona acudió a la llamada desesperada de todo el país. Regresaba el ídolo para salvar su patria. Y cumplió.

Para la preparación del Mundial de 1994, Maradona -aún sin equipo- se machacó incansablemente para conseguir una forma física que hacía años no lograba. Contrató a un fisioculturista como entrenador personal que obró el milagro y dejó al '10' hecho un pincel, listo para la gran cita a la que Argentina acudía decorosa con un buen equipo liderado por su capitán, que parecía otro. En el estreno arrolló a Grecia donde -sin nadie saberlo- Maradona anotó su último gol -golazo- con la Selección. Después de vencer a Nigeria, al final del partido una enfermera americana se llevó a Maradona de la mano para pasar el control antidoping. Nunca volvió. Parecía el diablo, disfrazado de rubia enfermera, acompañando personalmente al '10' al purgatorio para asegurarse que por fin expiaba todos sus pecados. Positivo por efedrina, expulsado del Mundial, otros quince meses de suspensión y todos los ojos del fútbol llorosos por ver la caída a los infiernos del mito. Maradona declaró entonces que le cortaron las piernas, insinuando un supuesto arreglo con su positivo para hundirlo. Nunca era su culpa. Y el primer paso para arreglar cualquier problema es reconocer que existe. El argentino se cortó las piernas él solito, como había hecho tantas otras veces.

Ese fue el fin. Luego todavía jugaría un par de años en su Boca querido, antes de retirarse. Muchos creen que no ha existido otro mejor que Maradona, ni siquiera Messi. Yo soy de los que piensa que es imposible comparar épocas distintas. El fútbol, como la vida, evoluciona. Por eso hay que poner en relevancia todo lo que logró Maradona. En un tiempo donde no existían las verdes alfombras de hoy y los defensas tenían licencia para machacar, él marcó la diferencia como no se había visto nunca. Cuando apostó por un equipo sin nombre, él lo hizo campeón. También ganó un Mundial, prácticamente, él solito y luego casi logra otro, cojo. Nos regaló innumerables jugadas, regates y goles de fantasía que todavía no han sido superados. Hasta el calentamiento antes de los partidos eran puro espectáculo. Nunca nadie ha hecho tan felices a los argentinos como él. Por eso existe, desde hace lustros, la Iglesia Maradoniana. Lo veneran, lo adoran, lo aman. Y todo lo que diga o haga va a misa. Amén. También es verdad que estuvo en el sitio exacto en el momento oportuno, en un contexto histórico único, cuando derrotó a Inglaterra. Pero el gol del siglo, en la jugada de todos los tiempos, no se marcó solo. No por nada se dice, cuando alguien consigue un gol regateando a medio equipo, que ha marcado un gol 'maradoniano'. El '10' tocó la excelencia con los pies porque con las manos era demasiado fácil. Diego Armando Maradona es el súmmum del fútbol. Como Jordan en el baloncesto o Alí en el boxeo. Sus hazañas son únicas e irrepetibles aderezadas, además, con una vida de película.

Nunca sabremos que hubiera sido de Diego sino hubiese aparecido Maradona. Dos personalidades tan diferentes como el día y la noche. Ya lo decía Signorini, fisio particular y persona de su más estrecha confianza: "con Diego iría al fin del mundo pero con Maradona no daría ni dos pasos". Blanco y en papelina. Un arrepentido -eso parecía- Maradona confesó , el día de su partido homenaje que se equivocó y pagó por ello, cuando dijo lo de "la pelota no se mancha". Él lo hizo. Pero también la acarició como nadie. Dos maneras de jugar. Dos maneras de sentir. Dos maneras de pensar. Dos maneras de vivir. Dos maneras de ser para una sola persona. Diego Maradona.









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