Cambio

Hace pocos días del brutal atentado de Barcelona y Cambrils y todavía seguimos consternados. La gente no habla de otra cosa. Esta vez nos ha tocado de cerca. Demasiado cerca.
Cuando vemos en el telediario el cada vez mas (por desgracia) habitual ataque terrorista nos crea la duda: "y si esto pasara aquí?". Pues ha pasado. Y podría haber sido mucho peor, según la idea inicial de los yihadistas. Y podríamos haber sido cualquiera de nosotros. O cualquiera de nuestros seres queridos. O conocidos. Simplemente había que estar en el momento fatídico en el sitio maldito. Cuando vuelves a poner el telediario ante el enésimo atentado terrorista y observas que las calles y comercios que salen en pantalla ya no son lugares lejanos y sí de sobras conocidos, duele. Pasas de la estupefacción inicial a la rabia contenida pasando por el pavor. Pero el dolor persiste.

Por eso es tan admirable la fortaleza de la gente que, al día siguiente de haber sufrido la presencia del mismísimo infierno en sus puertas, abriera sus negocios y paseara por las calles de la cruel matanza. Es una señal inequívoca del vigor de nuestra sociedad en situaciones límite.

Por desgracia, en España estamos muy acostumbrados a luchar contra el terrorismo. ETA infligió duros golpes en el tardofranquismo, durante la transición y en buena parte de nuestra joven democracia. Pero el enemigo tenía cara y ojos, sabíamos donde podía esconderse y cuál era el motivo de sus actos atroces. Ahora solo sabemos esto último. El nuevo rostro del horror es camaleónico y se esconde en todas partes. Su fin está claro: destruirnos. Buscan aniquilar nuestro modo de vivir. Arrasar el estado de bienestar que tanto nos ha costado conseguir, la tan envidiada vida de Occidente que tanto odio les crea. Que vivamos permanentemente con el terror habitando en nuestro interior. Arrebatarnos todo y no dejarnos nada. El terrorismo islámico ha venido para quedarse.


Estamos en guerra. Hace tiempo. Pero no nos queremos enterar. No nos interesa. Todo nos quedaba lejos. Hasta que explota en nuestras narices. Ahora ya puede ser tarde. Ya están entre nosotros. Nos vigilan y acechan la manera de hacernos sufrir, cuando menos lo esperemos y mas nos pueda doler. Con los medios que dispongan en ese momento. Ya no les hace falta ni armas de fuego, ni aviones ni bombas. Da igual. Van con todo y no se detienen ante nada y ante nadie.

Es una nueva manera de hacer la guerra. Por eso es todo tan complejo. Desde su origen hasta su posible solución. Son numerosos los factores que se mezclan entre sí: el religioso, el político, el económico, el social, el cultural. Las guerras como las hemos conocido hasta ahora han acabado. Esto es otra cosa. Otra dimensión. A quién atacar? Como prevenir sus ideas? Están entre nosotros y es casi imposible detectarlos. Sus soldados están insertados en nuestra sociedad. Parapetados en el anonimato. Amparados en nuestra vida cotidiana que también disfrutan hasta que deciden actuar.
Esto es global. No es contra España, ni Gran Bretaña, ni Europa, ni Estados Unidos ni nadie en concreto. Es contra todos. Y paradójicamente a lo que todo el mundo cree, donde mas matan estos cobardes fanáticos del horror es en los países árabes. En sus tierras de origen es donde han actuado el 85% de las veces. Por eso resulta tan paradójico cuando matan en nombre de Alá y le acaban de quitar la vida a una persona con sus mismas creencias. Absoluto contrasentido de quién dice matar en nombre de su dios. Por eso esta no es una guerra santa. Ni teológica. Ni siquiera política. Es una guerra global contra fantasmas. Lo nunca visto.

Es por ello que es de coherencia obligada saber que no todos los musulmanes son iguales. Es como decir que todos los hombres somos violadores porque algunos dementes violan. Nos equivocaríamos enormemente si metemos a todos los musulmanes en el mismo saco. Es fácil caer en el racismo y la xenofobia en esta era de inmigración desmesurada y global cuando vemos que todos estos actos vienen del mismo lado. Y mas cuando el pueblo árabe instalado en nuestro país dista mucho de ser ejemplo de convivencia y civismo y se aprovechan como nadie de las bondades de nuestro sistema. Las leyes pueden no decir lo mismo pero en este país dejado en las manos de corruptos, separatistas, envidiosos y paletos profesionales de diversa índole, las leyes son poco menos que papel mojado. La verdad está en la calle. En nuestro día a día. Y ahí es donde te das cuenta que esa gente a la que un buen día la dejamos entrar -porque nos interesaba, claro- quiere hacer suyo el país y no tiene ni pizca de interés en integrarse, que sería lo lógico. Quién no lo vea así, o vive solo en medio del bosque o no tiene ojos. Pero ese es otro tema, que diría aquél. Pues no. Es exactamente el mismo asunto. Uno desemboca en el otro. Por eso la gente cae en lo fácil y piensa que todos los musulmanes tienen la misma maldad. Por suerte, no es así. Ni mucho menos.

Lo cierto es que vivimos una época permanente de cambios. Cambia el modo de comunicarse. La forma de ocio. La manera de informarse. Cambian las calles, los colores y las gentes. Cambia la guerra. Varía el modo de atentar. Se mezclan las culturas y las razas -no, la política no cambia, esa sigue anclada en su vieja butaca de la desidia-. Por cambiar, cambia hasta el clima. Para algunos cambios la sociedad todavía no está preparada. Y para cuando lo esté ya será tarde. Nos echaremos las manos a la cabeza y pensaremos cómo no nos dimos cuenta y nos adaptamos antes. Pues no lo hemos hecho. Y en esas estamos.




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