Volver a nacer

Alegría. Color. Playa. Fiesta. Capoeira. Samba. Calle. Calor. Caipirinha. Todo eso es Brasil. Y fútbol. Sobretodo. Mucho fútbol. Una cuestión de Estado. Una religión. Gracias a este deporte, el país mas grande de Sudamérica, es conocido y admirado en el mundo entero. A veces nos olvidamos que el fútbol es un juego concebido para divertir. Pues nadie se ha divertido mas jugando a esto que los brasileños. Lo llevan en la sangre. Su filosofía de juego viene de la calle. De las favelas. De esos niños que con un trozo de trapo a modo de pelota, hacen virguerías soñando que algún día lo harán con un balón de verdad en un gran estadio. Como en la vida, la calle es la mejor escuela del fútbol.

Su cultura futbolística siempre ha sido clara. El talento puro e innato al servicio del equipo. La calidad por encima de todo. La alegría de mover la pelota a ritmo de samba. La picardía de quién no conoce las cadenas de la obligación. La inspiración del momento. El jogo bonito. Brasil ha sido eso. Siempre. Pero ya no. El fútbol brasileño está en clara decadencia desde hace tiempo. Triste y gris. Se buscan los porqués y no se acaba de poner remedio. En busca de la identidad perdida. Sin el entusiasmo de volver a ser lo que siempre han sido. Querer es poder.

La selección brasileña ya se refundó después de su primera gran tragedia. El Maracanazo supuso un antes y un después en Brasil. Nadie esperaba que aquél Mundial volara del país. Habían sido tan superiores que la derrota en el último partido, cuando ya les valía el empate, fue demasiado. El Mundial de 1950 es el único de la historia que no ha tenido final, sino que se disputó un cuadrangular final, coincidiendo que el partido decisivo lo jugaron los únicos equipos con opciones de alzar la copa. Después de aquello se decidió que Brasil nunca mas jugara de blanco (hasta entonces su primera equipación era absolutamente de ese color). Con sus nuevos colores, ya universales, escribió con letras de oro la historia del fútbol que todos conocemos y admiramos.


El germen de la situación actual de Brasil se puede detectar en otra derrota histórica. En el Mundial de España'82, en el viejo estadio de Sarrià se disputó un partido legendario. Se podría decir que perfectamente cambió el devenir del fútbol. Era el partido decisivo del triangular que determinaba quién pasaba a semifinales. A Italia solo le valía la victoria y a Brasil le bastaba el empate. Como en Maracaná treinta y dos años antes. La seleçao estaba arrasando y maravillando a partes iguales. Era la grandísima favorita. Salió como solo sabía hacerlo, jugar y divertirse. No se guardó nada cuando debió hacerlo, por ser fiel a sus principios. Y perdió. Y con esta derrota, Brasil cambió para siempre.

Entendió que solo con el talento no era suficiente y quiso adaptarse a los nuevos tiempos. El fútbol hiper-profesionalizado había llegado para quedarse. El físico, la táctica y el resultadismo eran su base. Y parece que Brasil quiso hacer de todo ello su nueva filosofía. Dejó a un lado su tesoro mas preciado, lo que de verdad la hacía diferente, el talento. La alegría se esfumó de su futbol, que no de sus futbolistas. Porque para su suerte, la inagotable escuela callejera ha seguido surtiendo al país con los mejores jugadores. Siguió ganando, por supuesto. Pero nunca con el brillo ni el poderío de antaño.

Y así llegó lo que se veía venir. La increíble humillación sufrida en su último Mundial, en su casa. Alemania exterminó cualquier tipo de vida futbolística brasileña y dejó una herida que no para de sangrar. Los germanos, por cierto, son el claro ejemplo de adaptarse al fútbol moderno, pero de manera inversa. Han dejado su rudimentario juego físico de toda la vida por el fútbol elaborado de toque. Ejemplar. Y siguen ganando, como siempre.

Llega un momento en que la camiseta, el escudo y la historia no sirven para nada si en el presente no se hacen bien las cosas. Parece que con la catástrofe frente a Alemania no han tocado fondo, porque siguen sin cambiar nada. El dudoso gusto por seguir contando con seleccionadores que son la antítesis de lo que siempre ha sido Brasil y que los mejores jugadores no siempre salen de las favelas para resolver la papeleta, así lo confirma.

Cuando se está desorientado y se pierde el rumbo, lo mejor es volver siempre al punto de partida. Al origen. Volver a empezar. No le queda otra a Brasil si quiere seguir siendo la mejor. Porque los ingleses inventaron el fútbol, los italianos lo defendieron, los holandeses lo modernizaron, los argentinos lo endiosaron, pero los brasileños lo bordaron y además triunfaron. Y lo seguirán haciendo, si vuelven a nacer.

Comentarios