Ecos de la vieja Copa de Europa

 


La Champions League está considerada la mejor competición de clubes del mundo. Desde la casi religiosa ceremonia de la salida de los equipos al campo, con su mítico himno que eriza la piel, ese aura tan especial que se crea en los estadios, el bonito envoltorio de todo el conjunto hasta la cuidada y minuciosa realización televisiva, todo en esta competición, destila glamour por los cuatro costados.

El formato actual de competición, después de años probando distintas fórmulas, está aceptado cómo el más equilibrado por todos los factores que la integran,tanto el número de equipos participantes cómo la cantidad de partidos en la fase final. Pero es cuándo el torneo deja atrás la liguilla y llega a las eliminatorias directas, dónde año tras año, se escuchan los mismos tópicos que se refieren a qué la auténtica Copa de Europa comienza en los verdaderos partidos a vida o muerte.

El mayor enemigo de la competición es su propio formato. El hecho de que las ligas más potentes clasifiquen a tres o cuatro equipos cada año, le quita originalidad y, en ocasiones, hasta emoción. Porque la sensación de déjà vu  es total. Los equipos grandes lo acaparan todo y la reiteración de enfrentamientos se hace repetitiva. Antes los enfrentamientos se recordaban durante años, por la simple dificultad de coincidir; ahora sólo unos meses hasta el próximo emparejamiento. En la vieja Copa de Europa, la revancha era casi una bendición, por brindarte la oportunidad de resarcirte, en cambio ahora es lo normal y casi inevitable.


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La antigua competición sólo la disputaban los campeones de las distintas ligas europeas. Era, esa sí, una auténtica liga de campeones que además basaba su formato en eliminatorias a doble partido íntegramente, hasta la gran final. La muerte súbita de uno de los dos contrincantes, hacía que cualquier error se pagara, haciendo de la emoción, la mayor virtud del torneo. Porque hablamos de una época anterior al catenaccio globalizado y del culto al resultadismo. Cada equipo en su estilo explotaba al máximo sus virtudes para convertir la visita del rival, poco menos que una encerrona: la visita a estadios alemanes con sus imponentes panzers cuál jugadores; los helados campos escandinavos cuál pistas de hockey sobre hielo; la prole de cracks en Italia cuál estrellas del séptimo arte; los terrenos embarrados de los países del Este cuál trincheras de guerra; los cuarteles generales soviéticos con sus temibles ejércitos. La mística que adquirían los partidos de la antigua Copa de Europa es única.

La actual Champions League es casi perfecta en su concepción de máximo espectáculo futbolístico. Pero la Copa de Europa tenía otro duende. Hasta el nombre impone más.
Cualquier tiempo pasado no es mejor, sino diferente. Verdadera nostalgia. Puro fútbol.

 
 




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